domingo, 17 de mayo de 2015

LePPenización de lo social

Las auditorías del Sr. López, alcaldable de Mataró


Hace pocos días, en la recta final de la campaña electoral de las municipales, han empezado a surgir con fuerza una serie de mensajes inquietantes, extendiendo a otros municipios lo que hasta ahora había sido una táctica que en su día dio buenos resultados en Badalona. "Limpiando Badalona" y "Primero los de casa" abrieron fuego, comgo ya tuve ocasión de comentar. Pero luego han aparecido otros, todavía más inquietantes por el hecho de ir dirigidos a realidades más concertas y  cotidianas: "No queremos guetos, pisos patera ni top manta" y, finalmente, la propuesta de "limitar la proliferación" [sic] de locutorios, bazares y ¡kebabs!



El efecto cómico de esto último – no sabemos si propondrán cambiar los kebabs por frankfurts, para congraciarse con la Merkel, o por choricerías, que existen en el Diccionario de la RAE y evocan una costumbre mucho más española y plenamente autóctona – no debe ocultarnos la sombra de una ideología totalitaria que se empeña en entrometerse en los aspectos más banales y cotidianos de la vida de la gente, convirtiéndolo todo en signo de una invasión imparable y una conspiración incesante. 

Pero unas nuevas declaraciones, compartidas por los alcaldables respectivos de Badalona y Mataró, en el sentido de "auditar las ayudas sociales concedidas a inmigrantes", elevan este discurso de la sospecha y del odio hasta límites hasta ahora inalcanzados y que nos parecían inalcanzables. El señor López dijo, sin cortarse un pelo, que promovería una "auditoría para conocer de verdad quiénes son los receptores de las ayudas sociales y por tanto confirmar o desmentir los rumores, la lucha contra el fraude en estas ayudas" (La Vanguardia, 8 de mayo). Asombroso, pero previsible.

Que estas declaraciones provengan de alguien perteneciente a un partido implicado en una infinidad de casos de corrupción, puertas giratorias, prevaricaciones, incompatibilidades, tanto a nivel estatal como de comunidades autónomas y ayuntamientos, nos deja de entrada estupefactos, pero en cuanto reaccionamos nos damos cuenta de la táctica que está en juego: redirigir contra otros la ola de indignación que ellos mismos, más que nadie, han provocado. Esa es la intención de su supuesta "lucha contra el fraude" en este caso.

Esto pone en el punto de mira, entre otros, a los trabajadores sociales y, más en general, a todos los profesionales (también psicólogos y educadores, así como personal auxiliar) que trabajan en algo que ha sido esencial durante décadas, conocido con una expresión que cada vez sueña más irreal: el estado del bienestar.  Estos profesionales, sobre todo en Centros de Servicios Sociales, pero también en otros dispositivos, hacen lo que pueden con un presupuesto mínimo y con una gran dosis de voluntarismo vocacional, algo muy importante: contribuir a construir puentes por los que algunas personas y familias en riesgo de exclusión tienen la oportunidad de reintegrarse o, como mínimo, transitar para no perder definitivamente el tren. Su trabajo es vital para evitar algunos de los efectos más crueles de las desigualdades, que tienden a agrandarse en una sociedad que, cada vez más, naturaliza el egoísmo absoluto como motor de la política y la economía.

Es cierto que todas estas figuras profesionales siempre tuvieron un lugar ambiguo en relación al poder. Surgieron como elementos de control social, para desplazar la autoridad desde formas antiguas de la familia hasta instituciones representativas de un nuevo orden. (Véase el análisis ya clásico de Jacques Donzelot, La policía de las familias, Pre-Textos). Pero desde el principio, por el contacto directo con la población, se convirtieron en parte en canalizadores de las reivindicaciones de los oprimidos, a veces incluso en luchadores decididos por una sociedad menos injusta, en agentes mediadores entre clases sociales e intereses contrapuestos, entre modelos de vida que a menudo conviven no sin fricciones inevitables.

Las nuevas tensiones creadas por la generalización del estado neoliberal vuelven a poner a los trabajadores sociales en el punto de mira, como testigos molestos y como mediadores ya inservibles para una conversación que el poder cada vez considera menos rentable: prefiere actuar directamente sobre la población con los medios de la manipulación mediática. Se trata de ganar elecciones, y luego ya se taparán los desastres originados como se pueda. De ahí una tendencia a sustituir al personal de Servicios Sociales por "ventanillas", incluso máquinas, y a "evaluar" su acción en términos de "eficacia" que pueden ser útiles en el mundo de la empresa, pero que no tienen nada que ver cuando de lo que se trata es de trabajar por una sociedad mejor o menos mala.

El discurso del Sr. López, alumno aventajado de Albiol, tira con bala. Usa términos envenenados: "Auditoría", "conocer de verdad"... Empecemos por el término auditoría: como si se tratara fundamentalmente de un problema económico y como si los gastos en ayudas sociales fueran de tal cuantía que requieren este tipo de medidas. Por supuesto, si las auditorias se llevaran a cabo, gastarían mucho más dinero de lo que se gasta en ayudas sociales cada vez más magras. Y sin duda ese dinero iría a engrosar los bolsillos de amiguetes de los políticos de turno, porque con lo que hemos visto hasta ahora, de quienes menos razones tenemos para confiar es precisamente de los que hacen profesión de fe de evaluar a todo el mundo y se prestan ellos mismos a menos evaluaciones. 

Por otra parte, las ayudas sociales son el dinero más "auditado" del mundo. Y no por empresas que pretenden aplicar los mismos criterios a actividades puramente económicas que a actividades sociales, sino por equipos interdisciplinares que evalúan constantemente la idoneidad de tales ayudas, discuten sobre los criterios para concederlas o denegarlas, procurando escrupulosamente que en su concesión no imperen criterios personales, subjetivos, ni siquiera de mayor o menor simpatía por la persona o familia objeto de la acción social.

Le aseguro, Sr. López, que si el rigor que se aplica a ese tipo de cuestiones en los Centros de Servicios Sociales – al menos cuando no hay interferencias "desde arriba" – sería todo un modelo a aplicar en la política municipal en su conjunto.

Este tipo de cuestiones a las que me refiero podrían parecen pequeñeces en relación a lo que es esencial. Pero no es así en absoluto. En ellas se combina una lepenización de la política española, catalana incluida, con una profundización de la destrucción de lo social por criterios de acción neoliberales. De ahí el valor altamente sintomático del término "auditoría" en este contexto.

Luego está la alusión contenida en la expresión "conocer de verdad". ¿Significa eso, Sr. López, que los trabajadores sociales, psicólogos, educadores, directores de centro, no dicen la verdad? ¿O se trata tan solo de hacerse con cifras que luego pueden usarse para "demostrar" que las personas de origen extranjero reciben más ayudas, para luego arrojar ese dato a la plebe enfurecida, al populus que necesita gladiadores y algunas fieras cuando con el fútbol ya no basta? 




Sólo faltaba esa sospecha generalizada para que los ciudadanos que en adelante se acerquen a servicios sociales lo  hagan con la sensación de que hay "otros" más favorecidos, de que "no se dice la verdad", de que "los extranjeros se quedan con nuestro dinero". Y la persona que los reciba en esos lugares, a pesar de todos sus esfuerzos, quedará marcada de entrada como un enemigo potencial, no como una mano que le ofrece ayuda, pero que necesita tener también, ante todo, el reconocimiento y la autoridad para decirle posiblemente que no, que lo que pide no es justo o es inviable, sin que eso tenga que ser vivido paranoicamente.

La política que promueven estos señores es la política de la paranoia, pura y dura. De la sospecha y del complot. Lamentablemente, todos tenemos algo de paranoicos, porque, como demostró hace años Jacques Lacan ("Los complejos familiares", "El estadio del espejo") la personalidad tiene en sí misma, desde su origen, un fundamento paranoico (Véase en este sentido el excelente trabajo de Vicente Palomera, De la personalidad al nudo del síntoma, Gredos). Esa paranoia básica es regulada, compensada, por la relación con el Otro del amor. Y es muy necesario que de algún modo este tipo de Otro, no sólo el Otro malvado, tenga una presencia importante en lo social. El "estado del bienestar", los Centros de Servicios Sociales, los trabajadores sociales, los educadores, son en gran parte encargados de hacer presente a ese Otro benevolente que calma las tendencias más universales al odio.




Por eso lo que Albiol y López venden como remedio en realidad sólo puede agravar las cosas. Ya tenemos bastante odio. Parte de ese odio se canaliza hoy en crímenes que tienen una justificación religiosa. Pero la criminalización de las mezquitas y de los kebabs es responder con odio a la suposición generalizada del odio. Y hoy día no hacen falta ninguno de estos lugares, existe un lugar universal, internet, donde se cuecen todos los complots sin ninguna necesidad de esos espacios de vida.

Cuando Podemos inició su ascenso, muchas voces se alzaron contra su supuesto populismo. Curiosa acusación en un país donde el partido de la derecha más significativo se llama "popular", adjetivo heredado de la Alianza creada por el ministro de Franco Fraga Iribarne. De momento no he visto ninguna condena, tampoco en el "antipopulista" "El País", de este populismo xenófobo que se aproxima cada vez más al modelo que explota actualmente en Francia el Front National.

Pero lo que más se echa de menos es que los colegios profesionales de trabajadores sociales, psicólogos y educadores proteste formalmente ante esta acusación frontal contra los profesionales que trabajan en el ámbito de lo social. Quizás crean que tienen cosas más urgentes que hacer, pero esto es una equivocación. En realidad hay algo que cada vez se pone más en cuestión sobre el lugar de ciertas profesiones, antaño importante en la transmisión de formas y medios de convivencia, y que cada vez tienen menos cabida en un modelo de vida en el que lo económico se identifica con la sociedad misma. Todo lo demás, molesta. Si me tocas "mi dinero", lo pagarás con mi odio.





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