martes, 12 de mayo de 2015

Las limpiezas de Albiol y de Aguirre

Metáforas light del fascismo posmoderno



Si hace unas semanas Esperanza Aguirre anunciaba su propósito de limpiar Madrid de mendigos, ahora García Albiol se descuelga con unas vallas de publicidad electoral en las que luce una impecable sonrisa profidén junto al eslógan: “limpiando Badalona”. Y cuando todavía no hemos podido tomar aire, ya nos enteramos de que en Rubí quieren el trabajo, “primero, para los de casa”.

Durante el tiempo en que, tras las grandes debacles mundiales, se llegó a cierto consenso social transversal para evitar dolorosas repeticiones, los políticos oficiales de un amplio espectro de partidos se pusieron de acuerdo sobre ciertos límites del discurso político que no se debían franquear. Por supuesto, la derecha más rancia asumía todo eso con la boca pequeña, mientras que hordas de jovencitos “extremistas” les hacían el trabajo sucio, o sea, de limpieza, por las calles.




Como una de esas alegres muchachadas que en su día terminaron con la vida de Pasolini, con la excusa de que era frocio. Como cualquiera de esos jovencitos con el puño en alto cuyas fotos aparecen en twitter y sus nombres, algún tiempo más tarde, brotan en alguna lista municipal del partido que ya sabemos.

Ahora han caído las máscaras, siguiendo vientos de la nueva sinceridad política que recorre Europa. Y algunos políticos hacen alarde (como en su día planteó García Albiol en tono desafiante) de decir lo que otros piensan y no se atreven a decir. Y es que, como planteó en estos días un famoso pepero vallisoletano, hay a quien “le da vergüenza” decir lo que piensa y, sobre todo, lo que en realidad votará, por eso las encuestas parecen no poder predecir el horror que algunos ya esperan frotándose las manos.

Sea como sea, lo que vemos es el retorno de las metáforas de siempre: la limpieza/la suciedad, los de casa/los de fuera. Jordi Ebole le reprochó a García Albiol, con razón, que el mensaje era repugnante, porque aludía a los inmigrantes. Y García Albiol le respondió, también con razón y no sin cinismo, que él no se refería a los inmigrantes, sino “a la delincuencia”. Por supuesto, en algún otro lugar ya se había ocupado él de relacionar la delincuencia con la inmigración. De cualquier modo, si digo que tiene razón es porque su cartel va más allá de lo concreto de las distintas operaciones de limpieza parciales. Lo que hace es elevar la “limpieza” a principio general de la política. Y ahí reside el problema, precisamente. Una vez se identifica la misión de la política como la de eliminar no sé qué suciedad, nunca suficientemente esclarecida, los que van a padecerla pueden variar, pero siempre se encontrará a alguien para pagar el pato.

Por supuesto, ahora todo se dice con una gran sonrisa, no con las cadenas y los puños americanos, o los bidones de gasolina, de no tan lejano recuerdo. Pero las metáforas son las mismas.

Como todas las del fascismo, estas van dirigidas sobre todo a la clase media baja, volátil, frágil, que se siente algo mejor cuando hay alguien más abajo del lugar que todavía cree que ocupa, a duras penas, en la escala social. Las crisis han sido siempre momentos en que las clases que temen perder su estatus buscan afanosamente alguien que esté peor para que cargue con el peso de su existencia y sus derechos adquiridos.

En cualquier caso, la política empieza por las palabras. Una política es en primer lugar una forma de hablar, un léxico, un conjunto de metáforas que organizan el mundo, y estas buscan estimular pasiones determinadas. La metáfora de la limpieza es verdaderamente terrible, porque estimula del modo más certero y eficaz la idea de que el mal está ahí, fuera pero cerca, y que es fácil, sencillo eliminarlo. Es la metáfora por excelencia del odio. La expresión más mínima y a la vez más potente del rechazo radical, de la tentativa de poner todo lo malo fuera de uno mismo, como si uno no tuviera nada que ver con ello. Es por lo tanto, también, la metáfora que promueve la más feroz ignorancia, el no querer saber nada de la viga en el propio ojo. Una forma, por lo tanto, de “limpiar” la propia conciencia de las suciedades que le conciernen.

Se quiera o no, algo de lo humano, y por lo tanto de lo social, siempre conlleva una parte de “suciedad” ineliminable. Cada cual debería encargarse de su parte y no atribuírsela a otros. Por mucho que “limpies” a otros, tú mismo no quedas menos limpio de nada.

Porque, como Freud destacó en “El malestar en la cultura”, “todos los neuróticos y muchos otros [...] reniegan de que inter urinas et faeces nascimur”. O sea, de que, en frase atribuida a San Agustín, nacimos entre la orina y las heces. Una cosa es hacer algo con esto, en la vía de lo que Freud llamó la sublimación, por ejemplo. Y de hecho todo el edificio de la cultura tiene que ver con ello. Pero la eliminación, la limpieza, es todo lo contrario. Es la barbarie contra la cultura. 

A quienes hoy día, como Esperanza Aguirre, dicen que les molesta que los mendigos duerman en los cajeros automáticos de los bancos, hay que recordarles que seguramente esos improvisados dormitorios son lo poco que queda de "obra social" en muchas entidades que fueron rescatadas con el dinero de todos.

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