domingo, 20 de agosto de 2017

(Escrito en diciembre de 2015, vuelto a leer hoy después del atentado en BCN)



“Mientras que los dioses, cada uno en su momento, salen del templo y se convierten en profanos, vemos por el contrario que cosas humanas y sociales – la patria, la propiedad, el trabajo, la persona humana – entran en él una tras otra.” 
Marcel Mauss, Introducción al análisis de algunos fenómenos religiosos, 1906.


Hace unos años Eric Laurent y Jacques-Alain Miller nos iluminaban, con su El Otro que no existe y sus comités de ética, acerca de lo que podemos situar como el momento en que se inició en Occidente la fase actual de lo que seguimos llamando crisis. Se trataba, en especial desde los años 80, del cuestionamiento o la desaparición, a escala global, de toda una serie de figuras que habían velado lo que Lacan designó como un agujero estructural (“no hay Otro” primero, luego “no hay relación sexual”). Todo indica que estamos ya claramente en una época distinta. De lo que ahora se trata es de efectos de retorno bajo modalidades varias, algunas de ellas brutales. Asistimos a lo que podemos considerar suplencias de ese vacío central – agujero negro en el centro la galaxia de la civilización humana o la cultura, por usar términos de resonancias freudianas.

En efecto, el mundo es un hervidero de fundamentalismos, viejos, nuevos o renovados, francos o disimulados, que aportan su respuesta masiva antes incluso de que se alcance a formular cualquier pregunta. El fundamentalismo del mercado ocupa el lugar de una creencia impensada, la del derecho a gozar, que no es menos fuerte por el hecho de presentarse como una radical increencia. Por otra parte, fundamentalismos nacionalistas y religiosos le responden con no menos radicalidad, explicitando una violencia que en él es sólo implícita. El poder multiplicador de la escena mundial, que permite que una imagen cruenta recorra el mundo en centésimas de segundo, es la caja de resonancia ideal para que la maquinaria se retroalimente.

Estas respuestas se producen, por otra parte, con una inmediatez que elimina el tiempo para comprender y de acuerdo con una espacialidad en la que la lejanía, con sus efectos moderadores, ya no existe. Así, lo más radicalmente extraño no está lejos, sino que es inmediatamente accesible. La aldea global de Marshall McLuhan ha dado a paso a un vecindario global, incluso a un “rellano” global, por aludir a un término que usó Lacan en “Structure des psychoses paranoïaques” (1931), cuando habla de “délire du palier” (rellano) para describir la estructura y dinámica del delirio de interpretación. Las formas de gozar del otro están siempre demasiado presentes, demasiado distintas a veces, demasiado parecidas otras veces – pero siempre, en todo caso, demasiado cerca.
Ahora bien, en estos modos radicales de anulación del sinsentido (Aller Unsinn hebt sich auf!, en palabras de Schreber), la dimensión religiosa adquiere un papel particularmente importante. Entonces, ¿la religión vuelve, o es que de algún modo nunca nos abandonó? Ambas cosas son ciertas. Lacan predijo el retorno de la religión, que sin duda se está verificando, pero esto no le impidió situar en la estructura el origen de toda experiencia religiosa: “como el Otro no existe, no me queda más remedio que tomar la culpa sobre Yo [Je], es decir, creer en aquello a lo que la experiencia nos conduce a todos, y a Freud el primero: al pecado original”.

Esto instala la raíz sacrificial de lo religioso en el corazón de la subjetividad del ser hablante. Luego su célula elemental es tomada a cargo por una diversidad de discursos, en los que los sujetos encontrarán su lugar a partir de sus propias condiciones. No hay en ello el menor privilegio de la psicosis: el delirio del que aquí se trata puede ser ampliamente compartido en lo social, aunque como es lógico cada cual podrá sentirse más o menos llamado a sacrificar a otros o a sacrificarse él mismo en función de la fragilidad específica de su momento subjetivo o de la intensidad de su odio. Aquí el “todo el mundo está loco” que dio título al curso de Jacques-Alain Miller del año 2007/2008 tiene una expresión destacada.

En lo que se refiere a la fragilidad ante el impacto de ciertos discursos, la adolescencia se revela como un momento particularmente sensible. No está de más recordar el efecto del cristianismo naciente sobre adolescentes romanos que, con el mayor desprecio de la muerte, desafiando todas las convenciones sociales, rompían los lazos familiares y respondían con entusiasmo a la llamada del martirio ante la estupefacción general. Algunas de las historias que podemos leer en los diarios en estos días no dejan de recordarnos, extrañamente, destinos trágicos que encontramos reflejados en textos antiguos. Aunque el hecho de que aquellos jóvenes, catecúmenos o fieles recientes, adoraran a un Dios que promovía el amor universal de los hombres ponía el sacrificio exclusivamente de su lado. 

La propaganda de EI no ignora el impacto sobre los jóvenes de un discurso extremo, que no vacila en levantar el velo que normalmente cubre la muerte y la destrucción y que, por otra parte, invita al sujeto a encontrar un lugar heroico asociado a alguna forma de sacrificio, propio, ajeno o ambos combinados. Por este motivo ha desarrollado líneas específicas destinadas a los jóvenes, distinguiendo incluso las modalidades discursivas que pueden llegar mejor a los chicos y las que pueden llegar mejor a las chicas. Todo ello apoyado, por otra parte, en narrativas que tienen muy en cuenta ciertas condiciones de la época, los mensajes que mejor llegan a las nuevas generaciones y las iconografías que tienen más impacto sobre ellas.

Dounia Bouzar, Christophe Caupenne y Sulayman Valsan, en su monografía La métamorphose opérée chez le jeune par les nouveaux discours terroristes, destacan que la propaganda en cuestión adopta temas, formatos e imágenes característicos de ciertos juegos de video como Assassin's Creed, para presentar bajo ciertas convenciones discursivas e icónicas toda una serie de elementos de la historia del Islam que se prestan bien a tal narrativa heroica. Lo cual no resulta difícil, dado que el propio juego se inspira en la historia de la secta de los ashshāshīn, se origina en la época de las cruzadas y tiene como escenarios primordiales Damasco y Jerusalén, donde el héroe-asesino debe obedecer ciegamente las órdenes de su maestro – por supuesto, calificado de santo. Sus misiones, aunque revistan características extremadamente violentas, están destinadas en última instancia a ser instrumentos de la justicia divina. Su violencia, por muy brutal que sea, es presentada como el único remedio ante una violencia considerada mayor y contra la injusticia. 

Por otra parte, el juego pone en acto lo que podríamos considerar una modalidad cronológica de la globalización, con la capacidad del héroe para moverse entre todas las épocas, de tal manera que las diferencias históricas, las barreras temporales, quedan anuladas – en consonancia con el discurso de EI, que interpreta la época actual, sin transición alguna, en los términos de una versión histórica del Islam y en particular de las cruzadas. Así, por ejemplo, en el capítulo del juego llamado “Unity”, que apareció en noviembre del 2014, el jugador puede integrar en esta misma trama la decapitación, de la que puede encargarse él mismo, del rey de Francia. Además, como subrayan Dounia Bouzar et al., el mismo título del juego evoca la noción de “tawhid”, en árabe, que significa “el retorno al principio divino y que no existe nada fuera de Dios”.

Luego las sutilezas del adoctrinamiento sabrán hablar al fantasma de cada cual a través de una serie de personajes diversos (característica propia del juego de rol), en los que rasgos de identificación muy variados están disponibles: honor, venganza, justicia, libertad, son algunos de los significantes que orientan estas identificaciones, encarnadas en personajes extraídos de una historia del Islam adaptada a las necesidades presentes. Y, last but not least, cabrá encontrar el encaje específico de chicos y chicas, respectivamente, en papeles que les hablan más a ellos y papeles que les hablan más a ellas. Con respecto a estos últimos, su variedad se inscribe bajo la enseña común de hacer existir a La mujer, algo que para las adolescentes puede llegar a ser particularmente atrayente en una época en que la construcción del género, tan lábil como obsesivamente omnipresente y masificada, tiene dificultades para alojar la pregunta de cada una por su forma de goce singular. 

Por otra parte, el origen del conjunto de los jóvenes que han respondido de algún modo a esta clase de llamada, en particular para emigrar a Siria, ya sea como combatientes o como esposas de combatientes, es muy diverso. Sin duda, algunos de ellos, aunque no la mayoría, son de origen musulmán, pero muy a menudo se demuestra que no han manifestado una religiosidad particular en la mayor parte de su trayectoria vital previa a lo que refieren como una conversión. 
Entre los implicados en actos más violentos o de terrorismo, los hay que han tenido vidas particularmente extraviadas en las que han incurrido en cosas que, para el discurso religioso al que luego se convertirán con particular virulencia, constituyen pecados, por los que algo o alguien tendrá que pagar. Lo cual da a sus actos posteriores, lo sepan ellos o no, un aspecto de expiación. Podemos preguntarnos si en ocasiones esa forma de inmolación en la que el asesinato del otro coincide con el suicidio se presenta, al final de un recorrido de radicalización, como la única salida: Aufhebung desesperada en la que se trata de restituir un sentido último antes de la desaparición, devolviendo así un valor, en un instante destinado a hacerse eterno, a una vida que lo habría perdido sin remedio. En este punto, la reunión del asesinato con el suicidio aumentaría la eficacia del sacrificio y atribuiría una forma paradójica de legitimidad a la más cruda expresión del odio contra sí y contra los demás.
La versión más violenta del discurso de EI tiene un impacto particular en musulmanes jóvenes que, por su vida en Occidente, han participado de formas de gozar (de la vida) por las ahora deben responder ante un tribunal religioso global. Este último, poniéndolos entre la espada y la pared, les hará pagar por ello, haciendo de su autoinmolación, además de una forma cínicamente velada de ajusticiamiento, una muerte útil para su causa.

Con todo, no hay que olvidar que la mayoría de jóvenes conversos atraídos por la propaganda,  destinados en buena parte a ser pura y simple carne de cañón o esposas en serie de guerreros sucesivos, provienen de familias muy diversas, algunas de ellas cristianas, también en algún caso judías, pero mayoritariamente agnósticas o ateas. Y que la conversión de sus hijos jóvenes adquiere a veces el matiz de una denuncia contra los padres por una vida demasiado secularizada o no lo bastante consecuente con los preceptos religiosos inscritos en una genealogía.

La pregunta que podemos hacernos entonces, más allá de las respuestas que los distintos países de Occidente buscan, por el momento a ciegas, entre las fórmulas policiales y las fórmulas bélicas, es: ¿cómo hablar de otro modo a estos jóvenes a los que EI habla? Algo del destino de no pocos de ellos se juega en internet, en las escuelas, en las calles, no en las mezquitas. Sería bueno que cada uno que se encuentre en la posibilidad de hacerlo les hable y sepa escuchar sus respuestas, que no siempre serán cómodas ni correctas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario